16 Seis cosas detesta Jehová, Y siete cosas detesta su alma: 17 Los ojos soberbios, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de sangre inocente, 18 El corazón que trama pensamientos malvados, Los pies presurosos para correr al mal, 19 El testigo falso que charla patrañas, y lo que siembra discordia entre hermanos.
La santidad y la lealtad a la que debemos aspirar todos y cada uno de los que proseguimos a Cristo no se limitan al mero cumplimiento de la letra de la ley, como hacían los redactes y fariseos. En el evangelio de el día de hoy, Jesús establece un principio y tres apps específicas sobre este tema.
El principio es: accionar para agradar a Dios sin buscar el aplauso de los hombres. Y las apps de este principio mencionan a tres de las proyectos mucho más esenciales, en las que los judíos de la temporada hicieron radicar la religión y la vida piadosa. Charlamos de limosna, ayuno y oración. En todos las situaciones en que se viven estas tres proyectos, Jesucristo enfrenta a la conducta de la hipocresía la actitud reservada del verdadero adorador del Padre, que lo recompensará por el hecho de que “ve en lo misterio”. Estos tres ejemplos nos detallan 2 reacciones interiores totalmente opuestas: la falsedad o la honestidad a los ojos de Dios.
Siete cosas que Dios detesta
La soberbia es el primer pecado mortal y la fuente de todos los vicios, de ahí que el sabio suplica a Yahvé que no la practique «para parecer soberbio» Nada confronta a la sabiduría tanto, que pide profunda humildad y plena docilidad a sus enseñanzas. Los orgullosos sienten mucha autovaloración y subestiman al resto, para de esta forma aceptar y someterse a sus enseñanzas. Míralo así: Dios, que tenía una palabra de aliento y perdón aun para los infieles, no ha podido aguantar a los fariseos arrogantes.
Este forma parte a los vicios que los sabios recriminan considerablemente más, lo que señala que es algo muy detestable. Detestable para Dios, que es la Verdad suprema, es asimismo aborrecible para los hombres, por el hecho de que perturba la seguridad y la armonía recíproca entre ellos.
Pies que corren prestos al mal
El maligno que reiteradamente hace el mal, consigue el hábito y siente una fuerte inclinación a realizar el mal a el resto, lo que le transporta a llevarlo a cabo tan rápido como se muestra la posibilidad.
Esta persona comete un doble pecado, faltando a la realidad y la caridad hacia su prójimo, ocasionándole quizás un daño muy grave. La Ley lo prohíbe, y los sabios lo condenan bastante de manera frecuente.