En su carta, Freud empezaba expresando su sorpresa frente el interrogante que le hacía el físico Einstein, sicólogo. «Me quedé estupefacto al meditar en mi (nuestra, prácticamente redactada) incompetencia; por el hecho de que me parecía una cuestión de política práctica, el estudio conveniente del arte de gobernar».
En la época de 1932, Albert Einstein escribió una carta a Sigmund Freud para interesarle en el inconveniente del flagelo de la guerra. La contestación fue instantánea. El genio físico y padre del psicoanálisis esbozó sus ideas y trató de desentrañar las crecientes motivaciones de la raza humana para ejercer la crueldad contra su condición. Las dos cartas se han publicado por vez primera en 1958 en Italia.
Caputh, cerca de Potsdam, 30 de julio de 1932 Estimado Sr. Freud, estoy muy feliz de haber tenido la posibilidad, merced a la convidación de la Liga de las Naciones y su Centro En todo el mundo para la Colaboración Intelectual en París. , para debatir un inconveniente escogido libremente con un individuo que me agrada en libre trueque de críticas, una ocasión única para hablarles sobre el tema que, en el estado de hoy de las cosas, me semeja el más esencial para el planeta civil: ¿Existe alguna forma de dejar en libertad a los hombres de la maldición de la guerra? La convicción de que, merced al avance técnico, esta cuestión se volvió de escencial relevancia para la civilización humana ha invadido a prácticamente todos, pero pese a este ferviente esfuerzo por resolverla, prosigue fracasando en numerosos países.
Entre los humanos todo se soluciona con crueldad
Freud se llama la atención frente a la solicitud de Einstein y se expone ilusionado, considerándola una utopía, algo irrealizable.
Aun de este modo responde de forma positiva. Empieza aclarando que no hay que tratar tanto con la guerra como con la crueldad, por el hecho de que en la naturaleza los enfrentamientos y también intereses en pelea se resuelven apelando a exactamente la misma crueldad.
Bastante antes de meterse en el avance de la bomba atómica, Einstein discutió con Freud sobre la guerra y su relación atávica con los humanos.
En la década de 1930, Albert Einstein vivió una temporada de profundas inquietudes sobre la situación de todo el mundo y la raza humana en frente de la guerra. En ese instante, la atmósfera política empezaba a volverse extraña y asimismo se agitaba el fantasma de una conflagración. Einstein había sido escogido por la Liga de las Naciones para ser parte del Centro En todo el mundo de Cooperación Intelectual, cuyo propósito era reunir a varios de los científicos, estudiosos, pensadores y pensadores generalmente, cuyo trabajo grupo pudiese dar resoluciones para el logro de la paz. . Para formar parte en este enfrentamiento, Einstein, por su parte, optó por sostener correo con Sigmund Freud para tener esa opinión externa, diferente, que le dejara aclarar mejor sus ideas sobre el tema.
En las cartas que intercambiaron resalta el claro contraste entre la situación del científico y la del psicoanalista sobre el inconveniente de la guerra. La ingenuidad con que Einstein veía algunos puntos del tema chocaba de frente con la posición de Freud, tal y como si donde uno se dejaba soñar con un gobierno mundial compuesto por los más destacados intelectuales de todo el mundo, el otro respondía con el peso de una cosa obvia y supuestamente atávico. En contraste a Einstein, Freud pensaba que la guerra era la expresión de un instinto y por consiguiente su erradicación era prácticamente irrealizable.